Siglo y medio de fascinación
En la evolución de esta mirada, tan cambiante a lo largo de los años, existe no obstante un rasgo común: la admirada extrañeza con la que los diferentes autores captan el momento. “Siempre me he preguntado qué posee el flamenco para atraer a tanta gente, cuál es ese aura que tiene”, afirmaba ayer el director de Proyectos de la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, Xosé Luis García Canido, intrigado por si es “un tema de identidad cultural” o “la energía que transmite” la razón por la que ejerce ese hechizo sobre sus espectadores, una magia “que capta tanto a Picasso como a Cocteau”.
Prohibido el cante, título tomado de la advertencia que podía leerse en muchas tabernas, alterna la aproximación puntual al flamenco de reputados maestros -Pierre Verger, Ortiz Echagüe o Robert Capa- con la especialización en el género de otros fotógrafos, caso de Colita, Isabel Muñoz, el cineasta Carlos Saura o Paco Sánchez.
“Nosotros también hemos intentado nombrar lo que provoca el flamenco, y el único nombre que se nos ocurre es fascinación”, declaraba la consejera de Cultura, Rosa Torres. La experiencia de algunos autores reunidos en la muestra refleja ese deslumbramiento del que habla la consejera. Es el caso, entre otros ejemplos, de Inge Morath, que dentro de su idilio con España dejó grabadas estampas memorables de Granada y de la Romería del Rocío; de Brassaï, que identificó en la Feria de Abril de Sevilla un escenario rotundo para su obra; y de Gilles Larrain, que pretendía visitar la Península Ibérica durante dos semanas y cambió sus planes entusiasmado por la belleza del flamenco. En el Monasterio de la Cartuja se difunden retratos realizados por el fotógrafo de El Potito, Tía Juana la del Pipa, El Farruco y Mario Maya.
Junto a la larga lista de maestros que componen el catálogo, entre los que se encuentran los incontestables Henri Cartier-Bresson, Man Ray o Robert Capa, Prohibido el cante posee un atractivo inesperado: hallar a personajes ajenos al flamenco inmortalizados mientras coqueteaban con alguno de sus movimientos. En el itinerario que propone la muestra, Picasso toca la guitarra, John Lennon lleva un sombrero cordobés, la cantante Josephine Baker viste un traje inspirado en una peineta y la escritora Anaïs Nin se disfraza de bailaora bajo el seudónimo de Anita Aguilera.
Pero, más allá de la anécdota, la exposición del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo se plantea como un homenaje a intérpretes legendarios del flamenco. La Niña de La Puebla, fotografiada de joven y en una edad madura; Antonio Gades posando en una sorprendente felicitación navideña, composición de Colita, y Camarón de la Isla descamisado en la cámara de Pablo Juliá son algunos de los personajes que desfilan por esta galería.
La exposición también recorre, mediante sus instantáneas, la profesionalización del sector y la dignificación del arte jondo por parte de la sociedad. Lejos queda esa vinculación a la marginalidad, al ostracismo. Hoy, como apunta el director del CAAC, José Lebrero, el flamenco está considerado “una expresión artística de primer nivel”. Para Lebrero, Prohibido el cante ofrece el testimonio de esta evolución, “da cuenta de cómo el flamenco pasó de las ventas y las tabernas a los cafés cantantes, de cómo entró en las academias y llegó a los teatros o a los escenarios turísticos hasta haberse introducido en el ámbito de la moda y en el mundo artístico internacional”.